lunes, 20 de diciembre de 2010

HOMENAJE A MATILDE ESPINOSA

BOGOTÁ, nOVIEMBRE DE 2010

REMEMBRANZAS


Son tantas cosas por decir sobre la vida y la obra de Matilde Espinosa, la huella que dejó en esta tierra que tanto quiso, el amor y comprensión que tenía para las muchas personas que estuvimos a su lado por una u otra razón y la voz de una mujer que por primera vez se atrevió a denunciar a través de sus poemas las injusticias que agobiaban a una inmensa población sumida en la pobreza y el desamparo. Tuve la dicha de ser su sobrina, ella era hermana de mi madre, de compartir vivencias a su lado desde que pude percibir de alguna manera el maravilloso ser humano que era mi tía.
En ese entonces mi familia vivía en Cali y ella residía en Bogotá, donde se trasladó después de la caótica separación de su primer marido, el maestro Efraín Martínez, momento en el cual las mujeres no tenían ningún derecho. Uno de mis primeros recuerdos es la imagen de mi tía rodeada de algunas de sus sobrinas en una finca cerca de Popayán, propiedad de su hermano Luís Carlos, connotado músico y compositor. A esta tierra la atravesaba el río Blanco; dentro de sus aguas ella nos dirigía un baile mientras entonaba una melodía que se oía como el canto de un ángel llenando de música el ambiente. La tía Matilde, no muchas personas conocen esto, poseía una bellísima voz de soprano y alcanzaba una nota más alta de lo normal. A partir de entonces cuando ella llegaba a nuestra casa en Cali, se reunían los hermanos a cantar y tocar guitarra; varios de ellos eran músicos y casi todos tenían bellas voces. En esas tertulias yo me embelezaba escuchándolos, pienso que de allí nació mi amor por la música. Tenía además otra cualidad impactante, su belleza física que lograba las miradas de hombres y mujeres. Viviendo en París una noche que salía con su primer marido de teatro, la gente se hizo a un lado cuando ella bajaba las gradas para verla pasar. El maestro Martínez por primera y única vez le dijo un cumplido: “Matilde has llamado la atención en la opera de París”.
La tía me contaba en esas tardes sabatinas en que iba a su casa para acompañarla, cuando en realidad esas visitas lograban trasportarme a su mundo rico y poético, a sus recuerdos y añoranzas a sus viajes y especialmente a su cercanía. Yo trataba de prolongar esos momentos y muchas veces deseé quedarme a su lado. Infaliblemente a las 4:30 de la tarde tomábamos un café con leche, costumbre que conservó hasta el final. Casi siempre me leía el último poema que había escrito, para mi era un regalo saber que me tomaba en cuenta y me decía que yo era su público y hasta pedía mi opinión. Sus poemas me mostraban la vida y el mundo en su esencia a través de sus palabras tan ciertas y profundas, además de poéticas. La tía Matilde fue una presencia definitiva en mi vida desde la muerte de mi madre, pasando por infinidad de situaciones en las que ella fue mi maestra, mi guía y mi consuelo. Confié plenamente en su palabra y acepté a ojos cerrados sus enseñanzas.
Poco tiempo después de casarse con Efraín Martínez, la pareja viajó a París, Matilde estaba embarazada de Manolo, su primer hijo y al poco tiempo de nacido nuevamente quedó en embarazo de Fernando. En ese entonces ella era la modelo del pintor y tenía que dejarlos en una guardería durante toda la semana, yendo a verlos solamente los domingos que eran los días en que el maestro no pintaba. Como es de suponer tener que separarse de sus criaturas desde recién nacidos le significaba un inmenso dolor.
En ocasiones leíamos poesía de diferentes autores. Siendo una mujer culta y con una memoria prodigiosa conocía infinidad de historias de personajes de las letras, poetas y escritores. Le encantaba contarme chistes verdes que a ella a su vez le referían generalmente por teléfono y nos reíamos a mas no poder pues mi tía tenía mucha chispa para contarlos. En otras oportunidades recordaba historias de su niñez, por ejemplo: cuando reunía a sus padres y hermanos y algunos indiecitos para hacerles una presentación. Recreaba escenarios con las sábanas de la abuela María Josefa, llamada cariñosamente mamá Chepita, les colgaba flores, hojas y ramas de los árboles para adornarlas. Echaba mano de todo lo que encontraba para disfrazarse; imitaba personajes y entre cantos y bailes, monólogos y mímica terminaba haciendo pasar momentos muy felices a los presentes. Por ser su mamá, maestra de los indígenas, Matilde aprendió a leer y escribir a temprana edad. Algún día me comentó que en la adolescencia había escrito un poema de amor que le encargó una amiga y esporádicamente escribía poemas que con le paso del tiempo quedaron en el olvido.
Como digo en la contra carátula de su último libro, Uno de tantos días, recopilación de varios de los poemas que escribió entre uno y dos años antes de morir; Matilde perteneció a un movimiento feminista en Cali, motivada por su propia experiencia y la de miles de mujeres indefensas frente a una sociedad machista y cruel. Fue amiga de importantes Escritores y poetas. Gabriel García Márquez pasó la luna de miel con su esposa en su apartamento de la calle 32.
La tía Matilde tenía una sensibilidad a flor de piel y no soportaba la injusticia. Por esta razón ella y su esposo el maestro Luís Carlos Pérez fueron perseguidos en diferentes etapas de la vida política de Colombia. La casa de Luís Carlos y de Matilde estaba impregnada de poesía, música y de hondos silencios. Era como entrar a un templo entre montañas de libros que fueron estudiados a través de los años. Sus obras eran escritas en total abstracción, en lugares específicos de la casa donde entraban en ese mundo fantástico de la creación. Matilde escribía sus poemas a mano y después los pasaba al papel en su vieja máquina, otro de los objetos que supo de sus tristezas y desvelos.
El poema La Muerte de una golondrina lo concibió cuando una pequeña de estas aves murió en sus manos después de estrellarse contra un vidrio al querer escapar de la casa donde había entrado por la ventana abierta. “Pluma arrancada de la noche ciega/ahora ya o eres nada/ pequeña gota de humo/ Tu corazón de madrugada/ vuelve al silencio de la tierra oscura.
De su primer libro Los Ríos han crecido, en el poema Éxodo nos dice: Prendidos de los montes y la niebla/ como racimos que engendró la noche/ adelgazan su sombra en el camino. Era 1955 y en ese entonces como hoy ella conocía la situación de los campesinos desplazados y lo denunciaba a través de sus versos. En un poema de su libro Por todos los silencios Matilde nos muestra su nostalgia. Hoy no quiero pensar en otra cosa/ hoy no me dicen nada, la flor/ las nubes ni el paisaje/ Siento un pesar de siglos/ Hoy tengo el alma ausente.
En Afuera las Estrellas, en el poema La mesa de los otros, la tía escribe: Por esa incertidumbre de los pobres/ al sentarse a la mesa de los ricos/ por el temor oculto de manchar la blancura. Por todas estas cosas entiendo las fronteras/ que dividen los mares, sus sueños y los hombres. Nos enseña las diferencias sociales que hoy como entonces separan a los seres humanos. En Estación Desconocida Matilde dice en su poema La nube de invierno. Nadie escapará a su llanto/ que es el luto de su propio sueño/ Nadie escapará al olvido/ del rostro de los muertos. Del libro Memoria del Viento, en “Los Lagos de la Luna” la tía habla de los infantes: En antiguas comarcas/los niños sueñan con la luna/ cubierta de palomas/ para orientar a los rebaños. Ella encantaba a los niños con su ternura, todos en nuestra niñez corríamos felices a su encuentro, era como si entrara la luz del hada buena de los cuentos infantiles. Matilde escribió cientos de poemas a todo lo que le llegaba al corazón. En el poema Rastros nos dice: Tengo un amado que no es el mío/ es mi presente y es mi pasado/está en la orilla de tierra y agua,/ nube perdida, barco errabundo/sol sin comienzo para el lenguaje/ del corazón.
A veces cuando veo el horizonte oscuro pienso en mi tía y me digo: de que me quejo si ella soportó dolores tan desastrosos como la muerte de sus dos hijos y a pesar de todo continuó repartiendo amor cuando pareciera que ante una tragedia como esta el amor moriría irremediablemente. “Es el más solitario de todos los dolores/ y el eco de su llanto/ atraviesa los siglos/ así de antiguo y nuevo escalofrío”, este verso pertenece al poema La Nube Blanca, dedicado a la memoria de su hijo Fernando, sin imaginar siquiera por un instante que justo un año después Manolo moriría asesinado en la ciudad de Popayán.
En su poema Nostalgia leemos: Otra vez la sirena y el tren sobre los campos verdes anudando paisajes en los días y noches… me recuerda una conversación que tuvimos sobre el tren, en que muy emocionada me comentó: “Amo el tren, era el único medio de desplazamiento entre Popayán y Cali. Luís Carlos vino a conocerme y a tomar mi defensa, desde ese momento no me perdió de vista hasta siete años después cuando decidimos casarnos” Ellos permanecieron unidos por más de cincuenta años, hasta la muerte del maestro.
En una de las estrofas de Memoria sin Testigos, escrito meses antes de morir, la tía dice en este estremecedor poema: ¡Oh dolor de regresar al país encantado!/ ahora busco un guardián silencioso,/ como los acantilados del viejo mar/ Dame tu mano para saber que la memoria/ reconoce el fantasma que rueda a mis espaldas”. El país encantado que bella forma de llamar al lugar de donde no regresamos.
Físicamente ella no esta conmigo pero en mi recuerdo y amor permanecerá siempre.
Mil páginas sería poco para escribir sobre esta maravillosa mujer que vivió amando la vida, la poesía y la justicia. Me considero su discípula y se de muchas mujeres y hombres que también así lo sienten.
En muchas ocasiones le escribí poemas, este que voy a leer está en mi libro de poemas y relatos, Momento sin Tiempo y se llama simplemente
Matilde
Como hablar de poesía/ sin decir tu nombre/ Como entender/ tus noches asombrosas/ de musas y de ángeles/ Días largos / llenan los espacios/ Dulce regazo/ mece la ilusión de quién en sueños/ siente el corazón del mundo/ Todo lo has comprendido/ hasta la dimensión de la noche interminable.
El último poema que le escribí después de su partida se titula Hacedora de Promesas dice:
Como amanecer sin tu voz, sin la promesa de un día mejor,
y sí, es difícil para mi no escuchar su voz confortante, siempre llena de esperazas de un día mejor……..

martes, 20 de abril de 2010

Aquí están algunos de los libros de Matilde, editados desde el año 1955 hasta el 2007. Esta maravillosa mujer dejó para la poesía un legado inmejorable ya que fue pionera de un estilo libre en la forma y el concepto de lo que escribían mujeres de la época.